Vivimos el reto de ser portadoras de la humildad, la sencillez, la fraternidad, el sacrificio y abnegación constantes, la alegría, la acogida, la finura de espíritu, la misericordia, la pureza de corazón, la capacidad de ponerse en contacto con Dios (oración), el amor hasta el extremo, la paz, la confianza sin límites en el Señor, aún en la adversidad.
En un plano más sobrenatural podemos distinguir lo siguiente: el discernimiento de la voluntad de Dios a la luz de la oración, un amor profundo a la santa Iglesia (veneración al sacerdote); todo esto alimentado por una intensa vida de oración.
Esto es lo ideal, lo que deberíamos ser y transmitir con nuestras vidas, lo hemos heredado de nuestra Fundadora y lo encontramos reflejado en su vida y obra.
Cristocéntrica: nos lleva a adentrarnos en la persona de Jesucristo pobre, humilde, ultrajado y crucificado, ofrecido en sacrificio al Padre para salvación de los hombres (cf. Hb 10,5-7).
Eucarística: La Eucaristía es el Centro de nuestra misión y servicio, es el Sacramento del Sacrificio de Cristo y de la Comunión con El, signo de comunión de todos los hermanos, vínculo de unidad y de caridad. En torno a la Mesa Eucarística estamos llamadas a reparar los ultrajes y restaurar el rostro de Cristo en los hermanos para construir la fraternidad universal.
Mariana: Somos llamadas a participar en la misión con disponibilidad alegre y gozosa, como María Inmaculada, la llena de gracia a favor de su pueblo y modelo de Santidad.
Eclesial y Franciscana: Profesamos una singular adhesión y obediencia a la Santa Iglesia, a su Supremo Pastor el Sumo Pontífice, a los Obispos a cuya potestad estamos sujetas y a las que han sido llamadas al servicio de la fraternidad. Nos sentimos unidas con las demás familias religiosas, de manera especial, con aquellas que tienen a San Francisco de Asís por Padre común de su espíritu y Vocación.